Mi muy querido y eterno Señor León:
La parte más intensa de nuestro amor inició el 21 de junio de 2012. Yo, huyendo de todo y de todos y tú, siendo mi refugio para todo y de todos. Pero todo tiene un final.
Esta es la última vez que te nombro así. No porque te haya dejado de querer, sino porque aprendí que seguir nombrándote me impide volver a nombrarme y reconocerme como soy.
Han pasado años, cartas, calles recorridas buscándote en rostros ajenos, en canciones viejas y nuevas. Te lloré en cada semáforo, te invoqué en cada canción. Pero ya no...
Hoy, al fin, el eco de tu voz dejó de dolerme. Ahora es otra canción que puedo escuchar en la cotidianeidad de mi vida. ¡Sonrío si escucho tu voz!
Te convertiste en hábito, en obsesión, en metáfora y en ruina. Pero también fuiste una brújula hacia mí misma. Me enseñaste lo que no quiero volver a repetir: desaparecer en alguien más, intentar merecer amor mendigando migajas de atención.
No voy a romantizar más lo que nunca coincidió del todo. Nos amamos en tiempos desfasados, con intensidades incompatibles, y eso —aunque bello— fue insuficiente.
Hoy me reconozco completa. Incompleta en ti, pero completa en mí. Imperfecta, si; pero feliz, al fin.
No necesito una respuesta.
No quiero otra oportunidad.
No espero otra señal.
Este blog, este rincón en donde te reconstruí mil veces con palabras, lo cierro como quien guarda una fotografía: con cariño, con respeto, pero sin deseo de volver.
Gracias por el amor, por tu silencio, por el dolor, por el aprendizaje.
Gracias por no buscarme más.
Gracias por dejarme llegar a este punto.
Te dejo libre. Me dejo libre.
Era 21 de junio de 2012 cuando llegué a la terminal de autobuses y tenías un arreglo de flores con lilies blancas en tu cajuela de aquel Attitude. Hoy, 13 años después, "yo, ya"
Y con estas palabras… te suelto.
Adiós, mi vida.
Adiós, mi León.
Adiós, Estrella Fugaz.